Alberto Rodriguez García / @AlRodriguezGar
Tras la retirada en 2014 de parte de la tropa estadounidense destinada en Afganistán sin que el país esté realmente preparado, los talibán han seguido ganando terreno en una guerra que se ha convertido ya en lo único que conocen muchas generaciones. Si en ese año los atentados en Afganistán segaron la vida de 4.505 personas, en 2018 los talibán se erigieron como la organización terrorista más letal del mundo, siendo los responsables del 83% de los 1.443 atentados que asesinaron a 7.379 personas. Invito al lector a preguntarse qué sentiría si en su país, prácticamente cada hora, una persona fuese asesinada. Si supiese que solo en su capital, como en Kabul, la estadística habla de más de un asesinato al día. Si supiese que el 40% del territorio del país pertenece a grupos extremistas como Estado Islámico y –principalmente– los Talibán.
Tras la retirada en 2014 de parte de la tropa estadounidense destinada en Afganistán sin que el país esté realmente preparado, los talibán han seguido ganando terreno en una guerra que se ha convertido ya en lo único que conocen muchas generaciones. Si en ese año los atentados en Afganistán segaron la vida de 4.505 personas, en 2018 los talibán se erigieron como la organización terrorista más letal del mundo, siendo los responsables del 83% de los 1.443 atentados que asesinaron a 7.379 personas. Invito al lector a preguntarse qué sentiría si en su país, prácticamente cada hora, una persona fuese asesinada. Si supiese que solo en su capital, como en Kabul, la estadística habla de más de un asesinato al día. Si supiese que el 40% del territorio del país pertenece a grupos extremistas como Estado Islámico y –principalmente– los Talibán.
De acuerdo a los datos, no parece que la decisión del presidente Ashraf Ghani de liberar prisioneros como gesto de buena voluntad cara a las negociaciones de paz que todavía hoy se celebran haya tenido un impacto mínimamente positivo. Pero tampoco tenía otra opción en un país en el que la victoria militar décadas después es imposible y cuyo sistema de gobierno se sostiene en préstamos para cubrir sus 11.000 millones de dólares en gastos por tan solo 2.500 millones de ingresos.
Para tener un poco de perspectiva sobre todos los intereses que hay en juego en Afganistán, en estas negociaciones de paz (o más bien de alto el fuego) que se intentan mantener entre el gobierno y EE.UU. con los Talibán también están representados Rusia, China, Irán, Arabia Saudí, Turquía, Pakistán y Afganistán; cada uno con su propia agenda y objetivos.
Y cuando digo que las negociaciones se intentan mantener, es porque aunque en Doha se han reunido delegados de todas las partes, se decidió paralizarlas después de que los talibán atacasen a la Coalición Internacional en Bragram, causando la muerte de dos civiles e hiriendo a setenta. Porque aunque hay talibanes en Qatar negociando el cese de violencia, no representan a todos. Es importante señalar que además de los que están negociando en Doha hay otros grupos que no se adhieren a la línea oficial como la Red Haqqani, que aunque gozaron en su momento de un gran apoyo por parte del gabinete Reagan contra la URSS, no está presente en los acuerdos de paz.
Es por lo anterior que mientras una delegación de los talibán está sentada en la mesa de diálogo en Doha, la violencia en Afganistán no cesa. Mientras escribo, un IED puesto por talibanes ha asesinado a 10 civiles en Ghazni, y un infiltrado ha asesinado a siete policías en Zabul. Ayer la aviación afgana eliminó a 12 talibán incluyendo al comandante Qari Samiullah. Antes, los talibanes habían abatido a 10 policías en un enfrentamiento en Kunduz. Pocos días después pusieron fin a la vida de cinco soldados en un atentado suicida contra un checkpoint en Helmand. El día anterior las Fuerzas Especiales Afganas habían abatido a 25 talibanes en Zabul y y la capital de Uruzgan, entre los que estaba el comandante Mullah Mohammad Akbar Mutaqi. Y es que más que la paz lo que se está negociando son las formas con las que EE.UU. oficializará su derrota en Afganistán. Tal es así que el General Mark Milley explicó recientemente en el Congreso de los Estados Unidos que se estaban planteando reducir aproximadamente 13.000 efectivos; la mayoría dedicados a asesorar al ejército afgano y 5.000 realizando misiones de contraterrorismo.
Además del estancamiento militar, EE.UU. perdió la batalla de la comunicación contra los talibán, que al margen de las opiniones que puedan suscitar, han demostrado una resiliencia encomiable negándose a dejar las armas aun siendo ellos también incapaces de ganar la guerra. Es algo común cuando se enfrentan jóvenes que no saben a dónde van contra pastores locales sin nada que perder. Desde el Pentágono han intentado ocultarlo durante años, pero recientemente el Washington Post ha sacado a la luz los documentos que confirman el secreto a voces: la intervención norteamericana en el país ha sido un desastre. Están perdiendo la guerra porque nunca entendieron al rival que tenían en frente, nunca supieron qué hacer y sus aliados eran un gobierno y un ejército cohesionados únicamente por la corrupción.
Y aunque esta información que ha salido a la luz sirva para poco más que reforzar el guión de las películas hollywoodienses sobre todo lo que sufren los marines que fueron a guerrear a Afganistán, es importante destacar que si bien los EE.UU. son los derrotados, los afganos son las víctimas. Desde 2001 se han desplegado 775.000 soldados norteamericanos en suelo afgano. De ellos han muerto 2.300, mientras que en ese mismo lapso de tiempo han muerto 43.074 civiles, 64.124 miembros de las fuerzas de seguridad, 42.100 talibán, 424 trabajadores humanitarios y 67 periodistas. Y todas estas muertes no se deben a cuestiones de planificación sino a la esencia de la propia guerra, que en una supuesta campaña contra al-Qaeda sembró el país de violencia y la guerra contra el Emirato Islámico de Afganistán (1996-2001) que los Talibán construyeron gracias al más que documentado apoyo estadounidense que recibieron durante la guerra fría en su contienda contra la Unión Soviética.
En un país tan dañado, tan desangrado, tan roto, donde la violencia es el síntoma de problemas mucho mayores, la paz a corto plazo parece imposible. Sin embargo, es necesario que todas las partes pongan todos sus esfuerzos en intentar lograr la estabilidad que otorga un alto el fuego. Solo con un cese de la violencia se puede re-integrar en las estructuras del estado a los sectores menos radicales de los talibán que, guste o no, controlando la mitad del país, representan a una gran parte de la población rural afgana. Solo con un cese de la violencia se puede poner sobre la mesa el –de momento complicado y hasta peligroso– debate sobre por qué Afganistán es el peor país del mundo para ser mujer y la necesidad de cambiarlo. Solo con el cese de la violencia el estado puede focalizarse en el problema de la contaminación, que se ha convertido en un problema de mortalidad a la par de la guerra donde Kabul está entre las ciudades con el aire más contaminado del mundo. Y solo el cese de la violencia puede permitir que Afganistán se independice, esta vez de Washington, para normalizar sus relaciones con los vecinos Irán, China, las repúblicas de Asia Central y Rusia. Porque solo con la independencia, Afganistán podrá escribir el futuro con su propia pluma.
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